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lunes, 31 de mayo de 2010

Ética de contrasentido social

El evangelio en ocasiones una vida de contracultura, de corriente. El que quiere seguir la doctrina de Cristo Jesús debe renunviar a la corriente de sensualidad que ajena al cosmos, tomar la responsabilidad por las decisiones y acciones de su vida y seguir las enseñanzas de Señor Jesucristo. Así pues la generación evangélica debe resistir la tentación de acomodarse a las usanzas mundanas que circundan -que distancia de la espiritualidad-. Por eso fijemos nuestra fronteras a la luz de las Escrituras y mantengamos dentro de ellas, procurando que aquellos que están fuera también puedan ser iluminados y desafiados a integrarse a la comunidad de vida a la que Dios está llamando, y no en viceversa.
Ya integrados, tal como estamos, el examen crítico de nuestros valores permite construir una filosofía de vida para orientar nuestras relaciones y darles el justo valor. Primero la relación con Dios y depués la relación con el semejate. Así el evangelicalismo ha construido un sólido edificio de valores universales y absolutos dependiendo para ello, totalmente, de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, y lo seguirá haciendo.
Podemos vivir, defender y mantener nuestros más sublimes valores bíblicos, pero con inteligencia y prudencia, sin perder nuestra capacidad de juicio crítico y de autocrítica ni arriesgarnos a que gente incapaz abuse de ello. Hay que tener tal cuidado en el mantenimiento de los valores bíblicos de forma que la advertencia de Mateo 7:6 no se cumpla. Por eso cada cosa en su lugar: primero evangelizar a los inconversos y después discipular a los creyentes para que éstos a su vez continúen con el ciclo que la gran comisión nos impone.
Por otra parte, en estos días se ha llevado a cabo un fuerte debate acerca del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo (con la posibilidad de que estas parejas adopten hijos). La prensa ha recogido y asentado las posiciones antagónicas de quienes lo promueven y de los que se oponen. En la palestra de la opinión pública se ha dejado escuchar las voces que propugnan y celebran por tales avances en la legislación y de quienes descalifican y prohíben argumentando las Escrituras.
Por cierto que se destaca la actitud a favor de la vida y de los matrimonios heterosexuales (que es ideal bíblico), pero otros van más allá de mostrar los propósitos de Dios que por gracia y libremente se nos ofrecen y pretenden forzar a que la sociedad inconversa adopte y practique un valor propio de los que creen y se ciñen al mensaje de la Santa Biblia. Es una suerte de cruzada que por la vía de descalificación, del amago y de movidas del índole política-religiosa pretenden imponer su punto de vista a quienes no comulgan con su fe. Así no se puede. Por supuesto que los evangélicos también creemos y propugnamos por la defensa de la santidad de la vida desde el momento de la concepción y del matrimonio heterosexual e indisoluble como las Escrituras lo afirman. Defendemos esto y lo enseñamos. Pero no pretendemos forzar a los inconversos adopten y vivan bajo los preceptos de la filosofía cristiana si ni cristianos son. Primero necesitan a Cristo para que después puedan practicar lo que Cristo enseño. No pretendamos que vivan según sus enseñanzas de Cristo si todavía Cristo Jesús no vive en sus corazones.
Tampoco falta quien enarbole la bandera de la tolerancia para descalificar el evangelio y etiquecar como intolerante a la Iglesia por su renuencia a aceptar como normal estilos de vida pecaminosos. Es que los valores bíblicos son absolutos: no admiten cumplimientos parciales. Al cosmos esta característica le parece intolerancia, especialmente cuando se habla de aceptación o complicidad hacia las formas de vida pecaminosas. Pero el respeto que debemos a todos lo seres humanos no nos debe hacer disminuir ni disimular en nada lo absoluto de los valores evangélicos. El pecado es pecado aunque algunos lo llamen elección; será su elección, pero es pecado que aleja, que distancia de la gracia divina. Más aún nadie más tolerante que los evangélicos. No los rechazamos, los aceptamos tal como son aunque no aprovemos lo que hacen y sí los desafiamos a que se acerquen al Camino de la regeneración y de la vida perdurable y plena que Dios ha dispuesto, porque el Señor ama al pecador aunque abomine el pecado.
Esto no es, entonces, un llamado a claudicar en la proclamación de los valores espirituales, sino una reflexión para renovarlos y vivirlos a plenitud, con sabiduria: prudentes como serpientes, y sencillos como palomas (Mt 10:16), ejerciendo la función de dar el sabor de la sal de la Palabra y de ser luz a los perdidos que quieren salir de las tinieblas.
Finalmente, más allá de las leyes, está la conciencia moral -que por obra del Epíritu Santo se renueva en el creyente- como el más sólido elemento forjador de los individuos y catalizador de la comunidad. Después de los legisladores y sus leyes hayan palidecido en la Historia, la voz del Espíritu Santo hablando a través de la Iglesia se seguirá oyendo: hay un camino que el hombre en su pecado se ha trazado, y hay otro mejor y más excelente Camino que Dios ha dispuesto al hombre.
Amonestemos firmemente a quienes se dejan seducir por tales conceptos y valores distantes de la fe de Dios, y orientemos a quien busque la luz de la Santa Biblia para iluminar su propio camino. No hay perdón para quien permanezca en est eestilo de vida, pero sí lo hay para quien quiere reconciliarse con Dios en Cristo Jesús. Este es el mensaje de la Iglesia.